Alfonsín fue el primer presidente que visitó el Glaciar Perito Moreno en 1987

El ex presidente Raúl Alfonsín vino de incógnito a El Calafate para el día nacional del Turismo a descansar y admirar la maravilla de hielo que representan los glaciares. Fue durante la gobernación de Arturo Puricelli y solo dos periodistas estuvieron presentes aquel día. La fotografía que ilustra la nota es histórica, se trataba del primer presidente que navegaba el lago circundando al Perito Moreno admirando su majestuosidad.

El 27 de septiembre de 1987, como todos los años se vivía en el país el día nacional del turismo cuya Secretaría a nivel nacional estaba bajo la mano de “Paco” Manrique durante la presidencia de Raúl Alfonsín.

Fue aquel día en que por gestiones del propio Manrique, Raúl Alfonsín arribó a la localidad de El Calafate a realizar una visita privada y de descanso, oportunidad en la que fue recibido por el entonces Gobernador Arturo Puricelli y el Intendente de aquella localidad.

Era tan reservado el viaje, que no había presente allí periodismo nacional ni local, excepto el canal oficial (ATC) y la colega Mirtha Espina de río Gallegos, que en la fotografía le acerca un micrófono al mandatario.

Alfonsín, distendido y lejos de las presiones oficiales, aquel día se dedicó a navegar el lago, acompañado del Gobernador Puricelli y el Intendente y llegó al pie del ventisquero transformándose en el primer presidente argentino en ver la octava maravilla al pie de la gigantesca pared de hielo.

Una mirada a la historia del hombre

A continuación vamos a reproducir un texto que elaboró para OPI el profesor Juan Villaboa, a propósito del fallecimiento de Raúl Alfonsín, donde acudiendo a su enriquecedora memoria histórica, Juan nos pinta un pantallazo de lo que fue, lo que significó y lo que le dejó el ex presidente al país y a la política nacional.

Por circunstancias que son obvias el gobierno de Alfonsin será, en medio de la depreciada campaña electoral que estamos viviendo, uno de los temas que ocupará la atención de los analistas. En estas líneas le propongo al amigo lector mirar dos momentos de la vida política del hombre de Chascomus y tratar de sacar algunas conclusiones.

Cuando Perón volvió al país la primera vez había elecciones internas en el radicalismo, en una de la tantas charlas que mantuvo le preguntaron qué opinaba. Perón con ironía dijo: “todos los radicales son guitarreros, pero ese muchachito que se enfrenta con Balbín toca la guitarra eléctrica”.

Que quede esta anécdota, real o no, para evidenciar cómo desde su surgimiento político la figura de Alfonsín ya captaba la atención de la dirigencia.

Pero, concentrándonos en el primer momento podríamos partir de una pregunta
¿Por qué le ganó Alfonsín al Peronismo en el año 1983?, por una cosa muy sencilla, supo leer la argentina real que se vivía luego del proceso, luego de Malvinas y del empobrecimiento, fruto de los planes económicos.

Un caudillo que en sus discursos hacía un recorridos por la historia desde la generación del ochenta, el radicalismo, el peronismo y planteaba el presente como un estado de emergencia en el que había que unir a todos los argentinos y remataba sus discursos con el preámbulo de la constitución, atraía mucho más que un peronismo que seguía confiando en su aparato sindical y en la capacidad de convocatoria del líder muerto.


Alfonsín fue para el radicalismo internamente un salto, hasta los ochenta todavía en el comité flotaba la vieja polémica de la UCRP con la UCRI, la discusión por haber pactado Frondizi con Perón y los contratos petroleros firmados por Frondizi y anulados por Illia. Era una discusión anclada en la antinomia peronismo antiperonismo.

El hombre de Chascomus supo ver en la decadencia del proceso militar la oportunidad para que el radicalismo salga de esa polémica ancestral. Empezó por juntarle las cabezas a sindicalistas y militares y con la denuncia del pacto entre ambos puso a “la columna vertebral del movimiento” a la altura de los militares y sembró la duda sobre si los viejos gordos no habían sido capaces de volver a hacer las travesuras de fines del gobierno de Isabel.

Si algo impactaba en la campaña era su oratoria, que había dejado el tono melancólico y que ganaba fuerza al transcurrir el discurso, la llegada al final levantaba al auditorio.

Pero si algo supo ver Alfonsín en la apertura democrática fue que esta no era un camino libre de asechanzas, que no era una elección para confirmar o plebiscitar algo, sino una elección para iniciar un camino en el que los viejos discursos cada día serían más eso y servían menos para actuar concretamente.

En lo gestual supo hacer un uso de las manos que era impensable en un Balbín aferrado a su retórica, y que pudo competir con los brazos en alto que el peronismo había impuesto en el 45. En el discurso de apertura pronunció una frase impactante: “vamos a ser un gobierno decente”.
El juicio a las juntas fue un hecho inédito, por primera vez en la historia se juzgaba por tribunales ordinarios a los represores que habían usurpado el gobierno.

Alfonsin padeció el poder en el sentido que su rostro denotaba en los años de gobierno todo el sufrimiento que conlleva la responsabilidad de ser presidente, muy diferente del estilo casi divertido de Menem para el que cada día era una fiesta. Supo impulsar la transformación del peronismo, De la Sota, Manzano, Cafiero y Menem eran mejores interlocutores que los toscos levantamanos del aparato peronista.

En ese cruce, el Parlamento tuvo quizá la última de sus generaciones brillantes, baste con recordar el debate sobre la ley de divorcio y compararlo con las mediocres alocuciones actuales. Pero los líderes deben ser vistos en su momento de gloria y en aquellos adversos, el desgaste del plan Austral, luego del Primavera y la crisis energética de 1988comenzaron a roer el gobierno.

El triunfo de Menem en las internas que representaba un peronismo conspirativo frente a la dirigencia de la renovación encabezada por Cafiero; los alzamientos carapintadas de Semana Santa, Villa Martelli y Monte Caseros, el resurgir del poder militar. Luego la debacle financiera que terminó con Sourruille y se llevó puestos a varios ministros a partir de un dólar que no paraba de trepar y al que se sumó la dirigencia peronista que endilgaba a la izquierda promover los saqueos. El copamiento del regimiento de La Tablada que se justificó en un presunto pacto entre Menem, Seineldim y el gremialismo para promover un golpe. Todas fueron circunstancias tremendas en las que se denotaba que el peronismo (léase el estilo Menem) encontraba que la mejor manera de vencer a Alfonsín era acelerando su salida de la casa Rosada.

Cuando la incapacidad de convivir en una transición por parte del presidente electo Carlos Menem. hasta el momento del cumplimiento del mandato de Alfonsin, fue evidente, sea por las demandas de indultos a los carapintadas, sea por las demandas de “un dólar recontra-alto” que salieron de boca de los cercanos al riojano, el fracaso de la propuesta de una conducción económica concertada, Alfonsin optó por adelantar con su renuncia la entrega del mando.

Consideramos que esta crisis en el final del mandato del primer gobierno constitucional contiene en sí misma la explicación de otras posteriores, que en definitiva nos permiten entender los rumbos de la democracia que vivimos.

Menem había esmerilado al gobierno de Alfonsin con más amenazas que poder real, claramente lo expresó el ministro de la entrega Dromí cuando dijo “estamos en las peores condiciones con el peronismo en el gobierno y con hiperinflación”, de modo que el mercado reclamaba señales “claras”, esto en los noventa significaba transferir el patrimonio nacional.

Las relaciones con el poder militar derivaron en los indultos a las Juntas y Firmenich, luego vino en el alzamiento de Seineldim. Se adoptó la ley de convertibilidad, tan estrafalaria como alabada por el medio pelo argentino. La incapacidad de estructurar un espacio político coherente, trajo la farundulización de la política. Todo este coctel explotó en el 2001, básicamente porque el raquitismo mental predominante en los políticos y en la dirigencia de la esa década no quería advertir que era imposible seguir en ese rumbo.

Hoy que Alfonsin es un busto en la galería de presidentes, se advierte con mayor claridad que muchos de los propósitos enunciados en la campaña para la presidencia de 1983 siguen siendo una deuda para hacer que la política sea algo útil a la sociedad: reconstruir un espacio político con acuerdos en los temas centrales, recuperar el patrimonio nacional, establecer una cultura de la democracia que implica disensos y alternancias , saldar ordenadamente los daños de la dictadura, mantener la autonomía frente a los poderoso y fortalecer la integración regional.

En suma, lamentablemente en muchos aspectos todavía no reunimos los requisitos mínimos para pensar en un futuro sustentable. Seguramente quien repase minuciosamente todo el accionar político de Alfonsin encontrará muchos errores, pero en lo central sus propuestas siguen siendo válidas para afrontar un mundo en crisis.
 
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