Jorge Lanata despide a su amigo Fernando Peña

Que Peña siga jugando en paz, sin dolor. Por toda la eternidad”
Hace una semana, el actor y humorista Fernando Peña le escribió a Jorge Lanata y a otros amigos su último “parte de batalla” contra el nuevo cáncer que enfrentaba, esta vez de hígado. La mano venía muy difícil pero Fernando estaba muy contento con la última información que le habían dado los médicos. En un artículo que es también un homenaje a la amistad, Lanata recuerda al artista: “Un desequilibrado, un bello, un rencoroso, un cándido, un hombre. El hacía todo eso para que lo quisiéramos y, quizá, nosotros lo queríamos por sus debilidades y no por sus virtudes”.

Por Jorge Lanata


Una enfermedad es, también, una tragedia cotidiana, llena de pequeñas noticias. Peña había elegido esta forma para comunicarla: hace poco más de un mes comenzó a circular entre un grupo de amigos una especie de parte diario de su vuelta a la quimioterapia en medio de la embestida de un nuevo cáncer, esta vez de hígado y fatal.
Su primer “parte de batalla” me causó gracia y un poco de estupor. Después, los entendí, aunque: ¿cómo alguien puede volverse práctico frente a la muerte?
Lo de los “partes” era la solución frente a un brazo enyesado: se transmite una gacetilla a los amigos y se evita repetir una y otra vez la misma idiota anécdota. Esta fue la primera vez en la que Fernando pensó que iba a salir, que podría hacerlo, que iba a ganar. Antes, en cada uno de los precipicios que pudo saltar, se dio por muerto. Puta casualidad de mierda. Puto mal chiste.
Hace dos o tres domingos pasamos la tarde en su casa del Bajo San Isidro, a la vuelta de lo de Andrea y Bárbara. Comimos pastelitos y jugamos con los perros. Hablamos boludeces, como sucede en cualquier familia los domingos. Le costaba incorporarse. La casa estaba luminosa. Quedamos en ir a José Ignacio. Las fechas comenzaron a dividirse en antes y después de la quimio.
Quedé en enviarle en esos días una vieja entrevista que habíamos hecho en septiembre de 2001, frente a uno de aquellos precipicios cuando todos lo daban por muerto inminente. Fernando quería filmar un reality de su cáncer.
Veía casi todas las noches Después de todo y la llamaba a Sara a cada rato para hacerle algún comentario sobre lo que estaba saliendo al aire.
Peña no era neutral. Era un artista: un desequilibrado, un bello, un rencoroso, un cándido, un hombre. El hacía todo eso para que lo quisiéramos y, quizá, nosotros lo queríamos por sus debilidades y no por su virtudes: por posesivo, por cabrón, por ególatra, por niño solemne, por puto del orto.
Y al final, se murió.
Y al final, el chico del colegio inglés que se la chupaba a los profesores se murió.
El comisario de a bordo que le tenía miedo a los aviones se murió.
El tipo que quería ser libre se murió, aunque pudo dejarnos encima esa incomodidad de la verdad y la belleza.
Que Peña siga jugando en paz, sin dolor. Por toda la eternidad.
 
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