


Luego de la elección de “la donante”, la compañía se encarga de buscar una madre para que lleve el embarazo, “la portadora”, a quien los nenes visitan. Después, y con abogado de por medio, quedan establecidas ciertas cláusulas con respecto al embarazo.
“Cada dos meses volaba a Los Ángeles para visitar a la portadora. Además, hablábamos casi a diario por teléfono. El día anterior a que nacieran los chicos me llamaron a Buenos Aires para decirme que había roto bolsa. Esa misma noche tomé un avión y, a las corridas, llegué al parto y me dejaron cortar el cordón umbilical de mis hijos”, explicó.
Como todo padre primerizo, Ricardo también tuvo sus momentos de torpeza cuando los recibió en su casa: “Estuve tres meses criándolos solo. Cambiándoles los pañales, dándoles de comer, bañándolos... Me volví loco. No dormía. La primera vez que lloraron sin parar llamé a la pediatra: ‘Vení a verlos, porque están mal’, le rogué. La mina vino, les dio dos palmadas en la espalda, los durmió... ¡y me cobró mil dólares! Ahí resolví que nunca más llamaba a la pediatra”.
Por otro lado, Fort también destacó la ayuda de su padre en el tratamiento. “Estábamos en Alemania. Lo encontré en el aeropuerto de Frankfurt para ir juntos a una exposición de chocolates en Colonia. Y en el aeropuerto le mostré la carpeta explicativa que me habían dado en la clínica. Le dije que quería tener hijos, que había un método... Se quedó callado. Repetí toda la historia y a la segunda vez me dijo que sí. Y me dio la plata... Mi viejo me regaló lo más importante que tengo en la vida: mis hijos”, dijo entre lágrimas el nuevo mediático.
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